Yayi Literaria

En este blog publicaré trabajos originales de cuento y poesía de mi autoría y aún inéditos. Se encuentran protegidos bajo licencia Creative Commons. Se puede distribuir no comercialmente siempre que sea citando a su autora y a la fuente original de publicación web. Por cualquier duda, me pueden enviar un mail.
Espero disfruten de mi trabajo literario.
Yayi Brenlle

domingo, 4 de octubre de 2009

El jardín de Elvira

Elvira jugueteaba con una hebra del hilado de su mantilla que se estaba desarmando inexorablemente por falta de cuidados. El hilito, de un color rosa sucio, se enroscaba y desenroscaba de su dedo índice derecho por la acción indolente del pulgar izquierdo de Elvira, que lo observaba hacer como si fuera de otra persona, o bien como si tuviera vida independiente de ella. El sol pegaba oblicuo sobre el vidrio de la ventana cerrada y el brillo no permitía la vista desde el interior hacia el jardín, pero Elvira podía oír a las calandrias alborotando en la copa del fresno, y se imaginaba el perfume de las rosas y los jazmines que debían estar floreciendo por alguna parte. No le permitían salir a jardín por la tarde, tenía que conformarse con grabar las impresiones que el minúsculo edén del geriátrico le dejaba por las mañanas, para poder recrearlas con los matices de su propio atardecer, desde su lugar junto a la ventana cerrada, desde la cual el sol no la dejaba ver.
El reloj del pasillo anunció con un “cu-cu” de pajarraco electrónico traído de Taiwán, que eran las cinco de la tarde. Elvira pensó en sus hijos, ya todos grandes y “bien criados”, y se le ocurrió que a esas horas sus nietitos estarían por llegar de la escuela. Hubiera querido estar en casa con ellos para prepararles la merienda, aquellos bocaditos de crema pastelera que tan bien le salían, y que a los chicos les gustaban tanto…
El hilito seguía enroscándose y desenroscándose, cono las vueltas de la vida.
-¿Qué hace abuela?- Más que pregunta, un grito; la voz resonó como un trueno en la habitación, y Elvira se asustó. En su agitación pegó un fuerte tirón al hilito rosado destejiendo casi una hilera completa de la trama. La voz era de la enfermera de la tarde que entraba a tomar su turno, y que fiel a su costumbre de no perder ocasión de retar a los abuelos del lugar por cualquier cosa, prosiguió diciendo:
-Ya es la segunda mantita que desarma ¿Qué le pasa?
- Quiero salir al jardín- respondió Elvira con una vocecita chiquitita, como escondida para que no la retaran; una vocecita temblorosa y suplicante que venía de un mar de angustias y penas de abandono anidadas en el medio de su anciano pecho.
-¡No, no y no! Usted sabe que a la tarde no se puede… ¡A ver si todavía le da un golpe de aire y terminamos enterrándola!
- Como a Rosita…- el recuerdo de su amiga del geriátrico reforzó un poco más uno de los nuditos en el pecho de Elvira. Se decía que le había dado neumonía; se la llevaron al hospital y ya no regresó. Nadie dijo nada de Rosita, peor todos los allí internados pensaron los peor.
-Sí, como a Rosita- agregó la enfermera sin prestar demasiada tención a la congoja de Elvira- Ahora deje de destejer esa mantita y venga al comedor que le van a servir la leche.
-No quiero leche, quiero ir al jardín a ver las rosas y los pajaritos…
-¡Déjese de embromar vieja! ¡Vamos! Si no viene por las suyas lo llamo a Adolfo y que la lleve él en la silla.
Elvira se puso de pie despacito. Los años le pesaban en las rodillas y las caderas, y levantarse de la silla era toda una proeza. Pero haría cualquier cosa antes de permitir que ese Adolfo la llevara. El hombre era un ordenanza al que las enfermeras llamaban para que les ayudara con la faena de mover a los viejitos imposibilitados de un lado a otro. Era una persona hosca y de pocas pulgas, bastante poco indicado para trabajar en un lugar donde las personas necesitan contención y cariño, así que la amenaza de llamar a Adolfo, siempre les resultaba bien a las enfermeras., dado que ninguno de los internos le tenía simpatía.
El comedor, envuelto en olor a tostadas recién hechas, estaba colmado de ancianos frente a sus tazones de té con leche. Algunos muy animados conversaban como si estuvieran en un picnic, otros atacaban a la merienda con desesperación, otros con apatía… y otros, ni siquiera miraban la taza.
Así estaba Elvira; si por ella hubiera sido, la taza, el té con leche y las tostadas, se podían ir al diablo; no quería comer nada, lo único que quería era ir al jardín, y no la iban a dejar, así que decidió pasar la hora de la merienda imaginándolo con los ojos cerrados, para poder mirarlo mejor con el alma.
El césped recién cortado con su perfume de verde la colmó de serenidad. No estaba en el jardín del geriátrico, estaba en el jardín de su casa. Con mucho amor contemplaba las matas de hortensias azules, esas que le había traído su esposo hacía ya tantísimos años de una isla de El Tigre. Se agachó para controlar que no hubiera hormigas… no, todo estaba bien, Le preocupaban las hormigas negras, porque escondían las bocas del hormigueo debajo de las matas verdes y azules, y después salían por la noche a comerse los jazmines… ¡Qué lindos los jazmines! La planta estaba en su mejor momento… una, dos, tres, cuatro, seis, nueva… ¡Cientos de flores! A medida que las contaba iban aumentando, hasta que la planta estuvo toda blanca y perfumada. Un sonido como de miles de plumas cortando el aire cálido la distrajo, y comenzó uno de los espectáculos más bellos que había visto en su vida: una bandada de colibríes se acercaba rodeándola, para luego suspenderse ante las flores, sostenidos en el aire por su veloz aleteo, para libar del dulce néctar. Elvira los contemplaba extasiada; nunca había visto tantos colibríes juntos.
¡Estaba tan feliz! Ese era su jardín, estaba en casa… ¿Por qué habría de temer y angustiarse? Sus hijos nuca permitirían que la sacaran de allí, de su pequeñita porción de tierra. Elvira había trabajado muy duramente junto a Cosme, su esposo, para labrarles un buen porvenir; les habían dejado propiedades; los habían hecho estudiar; cada uno tenía un muy buen panorama por delante…No tenía que preocuparse, porque seguramente iban a cuidar muy bien de ella cuando las fuerzas la abandonaran… No tenía de qué preocuparse…
Recorrió con la vista todo el jardín y se sintió como una reina en sus dominios. Con paso firme y ágil, como si el tiempo no se hubiera estancado en sus articulaciones, se dirigió hacia la glorieta tapizada de fragantes glicinas celestes; se sentó en el sillón hamaca dejando que el perfume dulce de las flores y el sonido de las voces de los pájaros colmaran su corazón gozoso.
-¡Que tonta!- se dijo a sí misma en un suspiro- Lo de antes debió ser un mal sueño… estoy en casa… qué cabeza la mía…
La silueta de un hombre apareció en el caminito de entrada al jardín, flaqueado por rosales de flores rojas y amarillas. Elvira entornó los párpados para distinguir mejor, pero no podía, porque una tibia cortinita de lágrimas de dicha en cada uno de sus ojos, le nublaba la vista. Al fin, a medida que el hombre se iba acercando por entre las plantas, lo reconoció.
¡No lo podía creer! ¡Dios le hizo el milagro!
-¡Cosme! ¡Cosme! ¡Volviste!- exclamó entre sollozos y risas, sin querer detenerse a pensar que eso no era posible, que Cosme había fallecido hacía ya mucho tiempo, que las personas no vuelven de la muerte, y que la cosa era muy rara.
Se levantó, y fue al encuentro de su amado con los brazos abiertos.

-¡Elvira!¡Elvira!- era la voz de la enfermera de la tarde. Pero Elvira no podía escucharla porque no se encontraba más en ese lugar. Ahora estaba en su jardín, con sus flores, sus pájaros, su amado esposo, y esperando a unos hijos que seguramente nunca la iban a abandonar.


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lunes, 14 de septiembre de 2009

Y LA VERDAD GRITÓ

Un aire gris,
como esos lobos grises,
era la noche, soledad y frío.
Remolino de hojas secas
el sentir de mi gente,
latidos dolorosos
de un despertar ausente...
Todo parecía
tan frío y vacío...
Todo era nada,
la nada inerte
consumiéndose en el facilismo
de un fuego ignorante.
Pero el fuego fue ceniza,
y de la ceniza al fin
cuando el glacial frío
creyó en su propia victoria,
un nuevo Fénix nació
renovado, joven, brioso,
con la fuerza de la pasión
y la rebeldía del ideal.
Y brilló el sol sobre el agua negra
y fue el agua agua clara,
se unieron las mitologías
en una sola fuerza reveladora,
y soplaron brisas mansas y poderosas
que llevaron la luz a los avernos.
Florecieron entonces las almas
en jardines edénicos
Y fluyeron las palabras,
los acordes, los colores...
Entonces,
con su garganta de gemas preciosas
con una voz de oro y de plata,
la Verdad gritó a los cuatro vientos:
¡Aquí estoy
pese a todo,
y sigo viva!

Yayi Brenlle
20 de Noviembre, 2001

miércoles, 26 de agosto de 2009

ELLA

Aunque la tarde era fresca, el calor la estaba achicharrando. Se trataba de un calor que le venía desde adentro, muy adentro, y que amenazaba con calcinarle las experiencias futuras.
Sin saber el porqué, sacó los muebles al patio y se puso a pintar los pisos de la casa. Cuando estaba por la mitad del piso del comedor, el calor era aún más insoportable, así que decidió dejar todo así e ir a darse un baño.
Fue en ese preciso instante cuando todo comenzó. La lata de pintura negra (¿Por qué habría tenido que elegir ese color para el piso?), se tambaleó por un instante haciendo equilibrio sobre un lado de su redondo borde inferior, si cabe esa explicación,luego de haber recibido un accidental "patadón" de parte de a muchacha acalorada. Inmediatamente una enorme marea negra comenzó a extenderse por la superficie del piso del comedor, mientras la achicharrada mujer, presa de un repentino ataque de parálisis emotiva, contemplaba impávida el desarrollo del fortuito acontecimiento. Yo no sé si era por el calor, por la sorpresa, o por la bronca, pero el hecho es que ella no movió un solo músculo mientras el desparramo de pintura comenzaba a rodear las plantas de sus pies.
De repente, la garganta de la muchacha articuló un cavernoso gemido que nacía espasmódicamente y con fuerza desde sus entrañas, pero que no llegaba a resonar en el ambiente, como quien grita en medio de una pesadilla tratando de despertar. Lo que ella no sabía, era que la pesadilla recién estaba comenzando. Aún sin poder moverse empezó a notar que la mancha tiraba de sus pies, como si pretendiera tragársela. Intentó pedir auxilio, aún sabiendo que nadie estaba lo suficientemente cerca como para escucharla y socorrerla, y todo lo que consiguió fue repetir el mismo gemido de ultratumba de antes. Entonces oyó una voz que parecía provenir de su propio interior que le decía:
"Dejate llevar... no te resistas..."
Sin embargo, muy lejos de aceptar la íntima sugerencia, ella volvió a intentar con el grito que nacía de sus entrañas... y nada, ya ni siquiera el gemido cavernoso atinó a salir por su boca abierta. La desesperación en su interior era ya a esas alturas, como una pelota de fuego que rebotaba por todos los lados de su cuerpo, el cual de todas maneras, permanecía inmóvil. Cuando el terror comenzaba a ganarle la batalla, esta señorita viendo sus pies que se cubrían de pintura negra, notó que su cuerpo se reflejaba en la superficie del piso, y dejándose llevar por la imagen comenzó a olvidarse de la situación en la que se encontraba, como si hubiera caído presa de un encantamiento.
Notó que a medida que sus pies desaparecían dentro del mar de pintura, se iban formando círculos y ondas alrededor de ellos, y éstos círculos y ondas llevaban en sí todos los colores del prisma. Llegó a descubrir en ellos pequeñas burbujas desplazándose, como si se tratara de diminutos planetas girando en órbitas perfectas alrededor de sus pies que estaban desapareciendo.
Pronto, pero sin prisa, la pintura se la "comió" hasta los tobillos, y ella se fascinaba viendo el espectáculo de los pequeños planetas girando en sus órbitas aún más perfectas y circulares. Ya no oponía ningún tipo de resistencia, ni física, ni emocional, sólo se dejaba llevar, como se había sugerido a sí misma en algún momento.
El hecho, es que mientras los planetoides giraban, ella estaba ya hasta las rodillas hundida en la pintura que se la iba tragando implacable.
Cuando ya llevaba desaparecida hasta la altura de las caderas, observó el reflejo de su cuerpo sobre el mar negro. Se veía muy empequeñecida, como si hubiera vuelto a la edad de cinco años. Se concentró en la imagen que le devolvía el piso, y comenzó a verse fea, desfigurada, ya no como la linda niña que había sido, sino más bien como una especie de gnomo feo, de esos que aparecen en los cuentos de los hermanos Grimm. Sin embargo no la asustó la absurda imagen, que por más absurda que fuera, jamás podría llegar a superar a la situación en la que estaba literalmente metida, sino por el contrario, se sintió fuertemente atraída a observarla detenidamente. Entonces el reflejo, que se seguía achicando a medida que ella era devorada por la pintura, destelló con fulgurosos matices dorados ante sus ojos, formando remolinos matizados en tonos naranjas, rojos, violetas y azules, que se iban apoderando de cada uno de los pequeños planetoides y sus órbitas incorporándolos a su propia luminiscencia.
La muchacha ya no sentía calor, ni miedo, ni sorpresa. Sólo curiosidad por saber que era lo que le deparaba el destino.
En poco tiempo más, la pintura se la había tragado hasta los hombros, y su cabeza de rubios cabellos se veía como un zapallo sin cosechar en medio de un campo negro. Sus ojos se movían de un lado a otro tratando de rescatar las preciadas imágenes que se seguían reflejando, y a las que ella en tan poco tiempo, había a prendido a querer y a disfrutar, pero ya casi no podía apreciar nada por más que forzara a sus ojos a dirigir la mirada hacia abajo... es que hacia abajo iba direccionada toda ella.
Por un momento se inquietó un poco al darse cuenta de que la pintura cubriría su nariz y ya no podría respirar, peor no se permitió a sí misma estropearse la experiencia, y sin comprender del todo el porqué, se entregó a los acontecimientos casi se diría, con alegría.
La pintura se tragó el mentón, la boca, la nariz... ¡Qué extraño! No se estaba ahogando. Lamentó el momento en que la pintura comenzó a tragar sus ojos, ya que había comenzad a ver el reflejo de las paredes de la habitación desde otro punto de vista, como tal vez las hubiera podido ver anteriormente alguna vez si se hubiera "bajado de tanto en tanto de su caballo", pero así y todo, no se entristeció.
Mientras su frente se iba hundiendo, ya sin posibilidades de ver el mundo exterior, recordó que al principio de todo esto había pensado en una pesadilla, y sin embargo ahora se podría decir que se sentía como contenida, y forzando un poco su memoria, llegó a la conclusión de que era la primera vez que se volvía a sentir así desde el día en que debió abandonar el útero materno.
De repente sintió que la succión se hacía más y más fuerte, como si la pintura quisiera llevársela hasta las entrañas mismas de la Tierra, y notó con sorpresa que la sensación de tener el cuerpo aprisionado y paralizado que había experimentado mientras se la tragaba la pintura negra había desaparecido por completo, dejando paso a una fresca sensación de libertad. Entonces se dio cuenta que sus ojos estaban cerrados, y esto ocurrió casi al mismo tiempo en que sintió que sus pies tocaban algo parecido a "tierra firme".
Despegó lentamente sus párpados, e inmediatamente una densa niebla de color celeste entró por sus ojos abiertos hacia el interior de sí misma. En un principio no pudo distinguir nada, pero lentamente comenzó a notar siluetas que se movían mansamente a su alrededor. Parecían cuerpos humanos, pero no podía distinguir las facciones de sus rostros. Todos ellos parecían estar hechos de pura luz, y por un momento creyó que se trataba de ángeles, pero se equivocaba...
cuando intentó caminar, se dio cuenta que en vez de eso, flotaba en medio de ese aire extraño de color celeste. Quiso acercarse a esos seres, peor cuanto más cerca creía estar de ellos,más lejos se encontraban. Quiso hablarles, pero se dio cuenta que no tenía palabras, como si todas ellas se hubiesen ido de repente. Necesitaba saber donde se encontraba, pero estaba incapacitada para comunicarse con los habitantes de aquel extraño lugar, o al menos quería acercarse a ellos.
Entonces ella comenzó a angustiarse. Estaba rodeada de seres, pero se sentía sola en medio del abismo celeste.
Pudo observar que los seres hablaban entre ellos, pero ella no podía escucharlos. Vio que de pronto un grupo de ellos se le estaba acercando. y se sintió feliz... pero ellos ni siquiera notaron que ella estaba allí, y pasaron sobre su cabeza y siguieron de largo, vaya a saberse hacia donde. La muchacha los quiso tocar, y entonces se dio cuenta que ni ellos ni ella poseían cuerpos materiales, por lo que sus supuestos brazos traspasaron los cuerpos de las figuras luminosas que ya la habían dejado tras de sí.
Quiso gritar, pero ya no tenía garganta; quiso escuchar, pero ya no tenía oídos; quiso llorar, pero ya no tenía ojos ni lágrimas, y así fue que conoció el llanto del alma, el pedido de auxilio que no llega a destino, la pena y la soledad eternas...
En ese lugar no existía el tiempo, por lo tanto ella no sabía si desde que fue tragada por la pintura hasta su arribo a el celeste lugar había pasado un segundo o una eternidad. Pudo aprender a ver mejor entre la niebla, y comenzó a vislumbrar paisajes hermosos, de los cuales no podía disfrutar, porque todo se mostraba ante ella, pero no era para ella. Los seres que habitaban el lugar se veían felices, gozando del encantador sitio, cantando y saboreando las coloridas frutas que pendían de los árboles, peor ella no podía hacer nada más que contemplar cómo los demás disfrutaban, como si ella jamás hubiera llegado a ese lugar. Entonces recordó tantas veces en las cuales no había querido escuchar las quejas ajenas, aquellas veces en las que había hecho oídos sordos a angustiosos pedidos de auxilio de sus conocidos, como así también recordó todas y cada una de las oportunidades en las que no había podido disfrutar de lo que tenía, por pretender siempre tener más, quedando atrapada en el mar de la angustia, porque lo que no poseía le impedía gozar de lo que tenía...
Fue entonces que se dio cuenta que se encontraba en su propio infierno, en el mismo que ella por sus propios medios se había encargado de construir día a día durante toda su vida.
Estaba en la estructura basal de su alma, ya no tendría que escuchar más a nadie, pagando el precio de nunca más ser escuchada; ya estaba rodeada de todo lo que necesitaba para ser plena y feliz, pagando el precio de no poder disfrutar de nada...
No podía sentarse, ni pararse, ni frenar sus atormentadores recuerdos, no podía ir a ningún sitio aún estando en todas partes.
Estaba en el infierno
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